Supongo que lo has echo al final. Caíste de la cuerda floja y te precipitaste al vacío. Como tantas otras almas que se creyeron importantes en un cuento de ancianos. Nacen, brillan unos instantes titilan en la penumbra y la oscuridad las engulle. Es triste pero gracioso, verlas erguirse altivas y caer con la misma poca elegancia con la que se labraron la escalera al cielo.
Alguna vez me he encaprichado por alguna, he sentido compasión por las que agonizan sin ser del todo engullidas. Pero nunca he movido un dedo por salvarlas, se que todas tienen un precio y no vale la pena darles la oportunidad de corromper su pureza.
Sentada en mi trono de hielo. Desparramada entre telas vaporosas y nubes húmedas los observo y me río. Alguna vez yo también fui así, pero mi luz nunca se apagó.
¿Estoy corrompida? puede, pero nunca de la misma manera que esas crueles luces.
Aquí arriba nada es seguro y hasta yo la mismísima reina siento miedo a veces. No hay nadie para protegerme, no los necesito ¿no se supone que soy la todo poderosa reina?
A veces, camino sin abandonar mi puesto de vigía en el límite de la frontera, disfrutando del dolor oscuro que hay más allá. Suelo cerrar los ojos y sentir los ojos del miedo sobre mi, enormes y amarillos. Si me concentro puedo trazar su silueta desgarbada, su boca de dientes irregulares y su olor a almizcle, es repugnante.
(...) Continuará
