lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Estamos solos?

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Las bombas, el ruido y las metralletas resonaban con fuerza entre los escombros. La sangre corría roja por las calles y la gente huía buscando refugio. El tiempo pasaba entre sollozos y lagrimas secas por el dolor de quedarse sin esperanza. 
Zapatos perdidos, heridas en el alma y niños sin padres. 
Pero había una niña, sentada en medio de el caos, lloraba sin consuelo. Su pequeño cuerpo temblaba de miedo, no había nada que la salvase, no había nadie que se acercase a ella para protegerla de el desamparo de su soledad.
Su muñeca de tela, sucia como sus mejillas y sus manos descansaba en un abrazo desesperado. Hacía frío en las calles, pero más frío hacía en el corazón de la niña, su abuela tendida en el asfalto, muerta hacía horas, la había dejado sin su única esperanza de sobrevivir. Estaba sola y necesita los brazos de alguien que le dijese que todo era una pesadilla, una mala noche, no una realidad que la marcaría para siempre. Necesitaba ausentarse de la realidad, dejarse vencer por el sueño y amanecer junto a sus padres, protegida de todo entre sus cálidos brazos, sintiendo el sol sobre su piel blanca como la nieve.
Oía los pasos de los soldados, el incesante ruido de las armas de fuego consumiendo balas. Y entonces  la esperanza renació de las cenizas, más hermosa que nunca.

-Hola niñita- un chico de sonrisa dulce le tiende una manta.- Vente conmigo, aquí corres peligro.
Ella se quedo muda, sosteniendo la muñeca con fuerza y con los ojos muy abiertos,las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas llenas de mugre.
-No puedo- dice -mamá vendrá a por mi.
El la miró con tristeza.
-Ella nunca regresará bonita, se fue para siempre, a un lugar sin armas ni gente mala. 
-¿Y papá? - se quedó un segundo en silencio- la abuela está durmiendo no puedo dejarla sola.
El joven se agachó y la abrazó.
-Tu papá se fue con tu madre y tu abuela nunca más despertará.
Ella lo miró confusa.
-¿Por que? ¿Ya no me querían?-dijo entre lagrimas.
-No, claro que no, es solo que les obligaron a irse, ellos seguro que querían estar contigo.

Se oyeron gritos en otro idioma y bombas estallando otra vez.
El se desesperó.
-Vamos pequeña, vámonos si no quieres que te hagan daño.

Ella miró a su abuela una última vez y besó con ternura su mejilla fría.
-Dulces sueños abuela.