sábado, 23 de enero de 2016

Las Lunas de Plutón


Imagen de art
(Charmaine Olivia)

Había una luz encendida en el porche que alumbraba el camino de piedra.
La noche caía sobre Plutón como una gran boca negra que lo engullía todo. Bueno, todo no. Quedaban pequeños puntos de luz en las casas y las carreteras desiertas, pero nada más que aquellas luces indicaban que el pueblo estaba habitado.
Sara esperaba sentada sobre una de las sillas cojas de la entrada. Su ligero cuerpo no dejaba de balancearse en busca del inexistente equilibrio de las patas mientras clavaba la mirada en la carretera.
La temperatura era cálida, ideal para descansar al aire libre un día cualquiera de verano. Pero lo último en lo que podía pensar era en cerrar los ojos y disfrutar de la calma nocturna. Para ella todos aquellos grillos y cigarras podían callarse y dejarla sumida en el silencio.

El minutero circulaba por el reloj con tanta calma que las uñas arañaron la madera podrida de la silla. La mascara inexpresiva que la llevaba acompañando todo el día se descomponía lentamente,  ¿Cuánto más iba a aguantar sentada?, los latidos atronaban en sus oídos, necesitaba romper la estatua en la que se había convertido.

Con un grito desgarrador irrumpió en la noche, saltando de la silla y abriendo los brazos. Tan pronto como se quedo sin aire volvió a dejarse caer.
De pronto no se oía más que su respiración acelerada y un par de cuervos que huían despavoridos. Quizás se equivocaba al pensar que los grillos y las cigarras eran un estorbo  pues ahora notaba las garras silenciosas de la noche arrastrándose por su espalda, acariciando su columna, llamándola.
Se acurrucó como pudo en la inestable silla y volvió a balancearse, ahora más parecida a una niña asustada que a una muchacha impaciente.

La noche seguía devolviéndole un silencio de indiferencia.